lunes, 16 de agosto de 2010

“ESA SIMPLE FLOR”

Esa flor lo atraía profundamente, lo saludaba con su cabeceo grácil de margarita. Las otras flores la rodeaban como un séquito blanquiamarillo.
Su manita se extendía en un aleteo de aprensión y la flor estaba firme en lo alto, ante ese brazote de fuerza casi hercúlea, armado de fuertes y diligentes tenazas regordetas que querían tomarla.
La cola de mujeres, niños y ancianos, atestiguaban el consumo de kerosén para mitigar el frío, columna que ondeaba como un ciempiés en la vereda de la villa.
Casi estaba a la misma altura, poco más, poco menos; la guarda de la baldosa que pisaba su piecito estaba a la izquierda de la flor. Esta lo miraba de frente, a la cara, inclinada apenas por un bichito de San José que se le posó tratando de indagar con sus antenas la profunda blancura de sus pétalos.
El brazo tenso de la madre lo hacía retroceder unos pasos, pero su tozudez lo volvía a su posición anterior.
Lo asombró cuando se abrió en dos el caparazón del insecto como un antiguo arcón, abrió sus alas y con un doping espectacular, cruzó temerario entre los autos que corrían como una fotografía movida.
Las nubes negras que venían del sur, presagiaban más frío todavía para las manos ateridas de la larga cola esperando el combustible.
Tenía tensos los deditos y un rictus ansioso en esa cara en que las cejas asombradas se escondían en el flequillo.
La punta de los pies le daba nervio y belleza a ese paso de ballet hacia la flor. Esa simple margarita que sobrevivió a los perros, a los paquetes de desperdicios y a la excesiva prolijidad de alguna vecina en ese oscuro pie del árbol.
De pronto la cola comenzó a moverse con cierta rapidez y él trastabillando quedó con sus cinco dedos ateridos saludándola.

Seleccionado para el Premio GEER (SADE)-2005

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