sábado, 28 de agosto de 2010

"Te espero a la salida"

I
Me tenía harto, la trabada del pié en el recreo y la caída, el pisotón en el baño y el último acto agresivo, la aparición de mi cuaderno en el tacho de desperdicios del aula.
En el último recreo, tuvimos un roce casual, nos medimos y me dijo”te espero a la salida”. El espacio preferido para dirimir conflictos es la salida de la escuela y esta vez me jugaba el todo por el todo, no había vuelta atrás. Muy pocas veces me había peleado, era nuevo y mi actitud era pacífica, en cambio Diego, el “rusito”, tenía habilidad para que no lo agarren “in fraganti”. Era grandote, rubio y con pecas en toda la cara, hijo del peletero del barrio, que tenía el negocio sobre la avenida.
Me sentía forastero en la ciudad. De mi escuelita con techo a dos aguas, con palenque para atar los caballos, a esta escuela con escaleras de mármol y varios patios con bebederos, baños espaciosos y aulas de material, había una diferencia abismal.
Los primeros días de clase quería desaparecer debajo del pupitre, tanta era la vergüenza.
Mi maestro era provinciano, y a pesar de su carácter un tanto autoritario, tenía gestos hacia mí que indicaban protección. Como aquella vez que en Ciencias Naturales preguntó por los tubérculos y nos hizo pasar al pizarrón para que dibujáramos una planta de papas: todos dibujaron un árbol con las papas colgando. Finalmente me hizo pasar a mí, tenía habilidad para el dibujo y no me costó mucho trazar la línea de tierra, para diferenciar la planta con sus hojas y los tubérculos por debajo.
Tantas veces habré visto roturar la tierra, plantar y esperar pacientemente la cosecha.
Los elogios del maestro, no solamente por el correcto diseño sino por el conocimiento puesto de manifiesto en los detalles, constituyeron el primer acto reivindicativo que tuve en la escuela.
Nunca tardé tanto en llegar desde el pizarrón hasta mi banco; mi mirada panorámica recorría los rostros entre asombrados y extrañados de mis
compañeros.
A partir de ese momento mi actitud cambió, me sentí con autoridad, (por lo menos en lo que hace a los tubérculos en Ciencias Naturales)
Lo que no recordé es la mirada de indignación de mi rival, cuyo fuerte eran las Ciencias Naturales y uno de los autores del ridículo árbol de papas.
Tenía todos los miedos juntos, quedar como un cobarde frente a mis compañeros que me respetaban después de aquella clase en la que quedó en ridículo mi agresor; no saber si mis fuerzas físicas y anímicas estaban a punto para dirimir el conflicto y entre otras cosas, si estaba convencido de que era la manera de solucionar el conflicto.
II
La salida fue tumultuosa, como reguero de pólvora corrió la noticia de la pelea, la platea de espectadores prometía ser numerosa.
Yo vivía una pelea interior, además de la que sobrevendría.
Transitamos las calles hasta llegar al lugar de la pelea entre apuestas de los posibles espectadores y nuestras nerviosas sonrisas.
Se formó el corro alrededor nuestro, el protagonismo era mas que evidente, allí se dirimía el honor de ambos, y el posible escarnio para el perdedor.
Los delantales hechos un ovillo en el piso junto a los portafolios y las camisas arremangadas, marcaban el inicio de una pelea feroz.
El puñetazo en plena nariz me dejó aturdido, una oleada de calor empezó en el estómago y terminó de enrojecerme las mejillas. Como un felino pegué un salto sobre él, lo derribé y con las manos en el cuello intenté ahogarlo. Aún recuerdo sus ojos enrojecidos, su boca entreabierta y sus manos crispadas sobre las mías.
Les costó a los demás desprender mis manos de su cuello.
III
Al día siguiente la calma fue total; solamente el entrecruzamiento de las miradas de ambos denotaba signos de conflicto.
En los recreos, conversaciones al oído y miradas significativas de mis compañeros eran indicios de lo sucedido.
En la clase de Ciencias Sociales el maestro habló de la violencia en el mundo y la posibilidad que las nuevas generaciones se traten entre sí con una mayor diplomacia. Nos miramos como intuyendo que el San Benito era para nosotros.
En la clase de Educación Plástica el maestro decidió dar Lengua, pues decía que estábamos atrasados en esa materia; el tema del trabajo escrito, fue “Relata un incidente callejero a la salida de la escuela”. Estas dos evidencias nos marcaban con claridad que el maestro estaba enterado de nuestro conflicto.
El problema personal pasó a un segundo plano, queríamos saber quien había alertado al maestro de nuestro problema.
El próximo plazo consistía en plantear una estrategia para individualizar al informante y para que el maestro no sospechara de nuestro problema. Porque en definitiva los problemas eran nuestros y los teníamos que resolver nosotros.
Decidimos reunirnos en la esquina de la cortada, donde nos habíamos peleado.
Había un cerco de zarzaparrilla, que nos sirvió para fumar la reconciliación como dos jefes de tribu.
Recorrimos las películas policiales que habíamos visto en el cine del barrio para elaborar una táctica adecuada, ninguna nos satisfizo
El último recurso que quedaba era correr un manto de olvido e ignorar lo sucedido ante propios y extraños.
Nació entre nosotros una de las mejores amistades que tuve en mi infancia.
IV
La época de la poda de árboles se acercaba, era necesario entonces acopio de leña para la fogata de San Pedro y San Pablo.
Decidimos con mi nuevo amigo prepararnos para defender la leña de nuestro barrio, ya que en los aledaños carecían de ella y en incursiones nocturnas, según me comentaron, se la llevaban.
La primera tarea era reservar hasta tanto se produjera la poda, todo lo quemable que hubiera en nuestras casas; situación que creó pánico en los hogares del barrio, ante el original criterio que teníamos de seleccionar el material combustible.
Estábamos atentos al camión de la Municipalidad
Debajo de la pira de leña, empezamos a guardar lo recogido en nuestras casas. A muchos de nuestros compañeros los padres los habían amenazado con tirar todo lo recogido a la calle sino lo desalojaban en horas.
V
Llegó el día de la fogata, nunca pensamos que movilizaríamos al barrio de esa manera.
Las protestas de los mayores por el acopio desmedido en los hogares del material combustible, se transformó “mágicamente” en un apoyo generalizado; en el momento de la quema nos dieron consejos que no habían pasado por nuestras mentes.
El “gordo” y el “coreano” fueron los encargados de conseguir las cubiertas de autos para quemar en la base de la “fogata”; eran los más grandes y podían traerlas rodando desde la gomería que quedaba a diez cuadras del barrio.
Pasábamos de organizadores a protagonistas y viceversa, el entusiasmo para que todo saliera bien, no nos dejaba dormir.
Las noches eran interminables, nos despertábamos sobresaltados por el posible robo de leña, pesadillas que nos mostraban llamas que se remontaban al cielo.
Y llegó el día tan esperado, el atardecer se hacía largo.
Diego, “el rusito”, tenía en la casa el muñeco que habíamos construido con el asesoramiento de un viejo ayudante de escultura que trabajaba en la Municipalidad en restauración de estatuas.
Ramas de distinto tamaño atadas con hilos y ajustadas con alambre de fardo, formaban el cuerpo y los brazos y un palo largo hacía las veces de columna vertebral.
La vestimenta era tan anárquica que no se podía definir el sexo y remataba en
un sombrero negro de ala ancha que nos regaló una señora de su finado marido, que culminaba la ornamentación.
Todos los detalles estaban previstos, kilos de papas y batatas se acumulaban en la vereda para ser arrojadas al fuego para su cocción.
La ansiedad nos urticaba tanto que en el momento de prender el fuego, tuvimos que salir corriendo a buscar los olvidados fósforos.
Por fin las llamas iniciaron el chisporroteo que se incitaba con la lluvia de sal gruesa que arrojábamos al fuego.
Instintivamente comenzó alrededor del fuego una ronda que se hizo vibrante en gritos y cantos.
El calor en las mejillas y los ojos brillantes se multiplicaban.
Agarrados de la mano o girando en círculos enlazados del brazo, nos sentíamos contagiados de alegría.
Allí nos encontramos uno frente al otro, Diego “el rusito” y yo, y nos dimos un profundo abrazo.


XVII Certamen Nacional de Narrativa y Poesía 2007
Editorial ZONA Seleccionado para la Antología "RETRATOS"

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